Sale el sol, por Gabriel Merino

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Estoy encantado con los óscars. Con el de Argo, el de Paperman, el de Adele, el de las chicas Hathaway y Lawrence –traspiés incluido-, con el de Brave, los cuatro de Pi, el de Haneke, el del siempre solvente Day Lewis… Me ha encantado por otra parte, la puesta en escena con la aparición estelar sorpresa de Michelle Obama a entregar un premio –aprende, Montoro, ¡eso es darle cuartelillo al cine del país!- y ese número musical en que no se les cayeron los anillos de estrella ni a Jackman ni a Hathaway ni a Baron Coen ni a Crowe ni a Seyfried ni a la Bonham Carter por compartir escenario para cantar juntos y en directo esa canción coral –que a mí me recuerda a aquel famoso “Quintet” de West Side Story- que se llama en inglés “One Day More” y que en español se tradujo cono “Sale el sol” y cierra el apabullante primer acto del musical “Los Miserables”.

Una canción que me conmueve, aparte de porque yo sea un apasionado del musical tradicional, porque estas canciones en que todos los protagonistas salen juntos a escena para ponerte un poco en situación de cómo va la cosa relacionando unos personajes con otros me recuerda un poco a los titulares de los telediarios de estos días: en “Sale el sol” hay enragés, perroflautas, revolucionarios –"golpistas", que les llamaría Salvador Victoria- montando la barricada mientras en la actualidad hemos llegado a esos 40 detenidos trasladados en el último 23F en la comisaría de Moratalaz por quemar contenedores, -¡más detenidos que en el 23F original!-; hay también en la escena unos posaderos ladrones que esperan esquilmar a quien puedan a costa del rio revuelto mientras que aquí tenemos pícaros duques y ex tesoreros llamados a declarar que, al parecer, no sabían nada de los robos manifiestos que se cocían a su alrededor; tenemos a un exconvicto arrepentido que promete dedicar su vida a las buenas acciones y a reparar el favor que le hizo dios mientras que aquí dimiten los papas agobiados porque no hay quien haga carrera de las curias, las bancas y las mafias de su negociado vaticano; tenemos al fantasma de esa pobre mujer que acabó de puta y, al final, muerta porque la echaron injustamente del curro mientras en nuestros tiempos hay cortesanas con título que aseguran en portadas de la prensa que hicieron de ETT para duques consortes que terminaban rechazando trabajos de 300.000 al año.

No sé si la realidad supera la ficción, si la historia se repite o si como decía Calderón, la vida es frenesí e ilusión,“que todo en la vida es sueño” o cine. O musical. Mientras el niño Gavroche –al que, ¡atención, spoiler!, luego matan- se encarama cantando a la barricada que un día tendrá que amanecer en que las cosas sean más justas y mejores para todos, a pesar de que sólo unos años antes les habían vendido que la revolución francesa se hacía para el pueblo, aquí nos intentan colar la misma milonga de aquella transición –la democracia que nos hemos dado, repiten como una salmodia los apalancados en el poder- que nos lleva a amanecer tal día como hoy con el efecto de sus imperfecciones, como los anuncios de una Bankia cuyas acciones no valen un puto duro pero que promete regenerarse con un rescate que parece que nadie pidió nunca.

En fin. Que yo espero que en nuestro particular musical y entrega de oscars no nos toque seguir el camino que trazó –y que parece que reproducimos fielmente- Italia, y que después de la descomposición del régimen y la partitocracia de nuetra propia Tangentopolis no tengamos que pasar, como ellos, por un Berlusconi que finalmente caiga en desgracia y tenga que volver a presentarse a las elecciones huyendo hacia delante para evitar dejar de ser un aforado.

Yo, la verdad, es que espero que aquí –aunque parezca que tardará- salga el sol de verdad en el próximo acto.

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