Y, AHORA, LA RESACA, por Javier Astasio

Desde que era un crío he escuchado esa gran verdad que he hecho mía de que "la cara es el espejo del alma". De ser cierta, que sin duda lo es. bastaría con ver las caras de los tres grandes protagonistas de esta aventura que no acabó, como profetizaban, en un choque de trenes, sino que ha terminado en el descarrilamiento de uno de los convoyes, el que en manos de un maquinista y unos fogoneros más que imprudentes ha dado con sus hierros y sus tablas en el talud de la Historia.
Que quede constancia de que no me alegra este final. No por ellos, que, a sabiendas o no de lo que estaban haciendo, han tenido sobradas ocasiones de accionar los frenos, sino por el pasaje, por toda esa gente ilusionada por un sueño del que siempre le escondieron la cara B, la cara triste y dolorosa de lo que nunca podría ser. Que quede también constancia de que admiro y respeto todo lo que hace diferente y mejor a Cataluña, como respeto lo que hace diferente y mejor a Euskadi o a cualquiera de las comunidades que algún día, cuando los "patriotas" de uno y otro signo dejen de utilizarlas como parapeto y refugio de sus miserias, formarán parte de la federación hermanada e igualitaria en que merecen y necesitan integrarse.
Que quede constancia de que entre mis discos y mis libros los hay en lengua catalana, porque sería idiota y miserable renunciar a las canciones de Llach, a los poemas de Margarita, Maragall, Espriu, Gimferrer o Brossa, que comparten con las novelas de Marsé, Mendoza, Vázquez Montalbán, los cuentos de Monzó o los delicados artefactos literarios de Perucho o las películas de Isabel Coixet o las de Ventura Pons, que ocupan todos ellos lugar destacado en mis estanterías.
Por todo ello me ha dolido el disparate pasado de revoluciones, de vueltas, en que hemos vivido en estas semanas tan frenéticas como surrealistas. Por eso me deprimió tanto como a ellos y me refiero a Puigdemont y Junqueras, también a Anna Gabriel, insatisfechos por la falta de consistencia de su logro, esa cosa del viernes que nunca sabremos, quizá más adelante en los tribunales, si fue carne o pescado, proclamación, declaración o qué que votaron setenta diputados anónimos, escondidos tras sus papeletas dobladas, nada orgullosos de lo que hacían.
Han sido semanas de jugar al gato y al ratón desde la Plata de Sant Jaume y desde el Palacio de la Moncloa, han sido meses de jugar al escondite, meses en los que casi todos han estado jugando a la ambigüedad, más que calculada, calculadora, a la espera de recoger no sé qué frutos, miserablemente, convirtiéndose, lo digo por Podemos y Ada Colau, en bastón y coartada del independentismo más irracionalm sin caer en la cuenta de que no se puede mentir a todo el mundo al mismo tiempo ni, mucho menos, contentar a todos a la ves. Y ahí los tenemos enredados en su propia ambigüedad y a punto de caer estrepitosamente.
Ahora que la fiesta ha terminado, viene la resaca. Ahora, desmayada la euforia, echado el resto en la calle y en el Parlament secuestrado por quienes representan a menos de la mitad de los catalanes, es cuando llega la resaca, el dolor de sienes, el fuego en el estómago y la búsqueda de la oscuridad, la gran aliada de quien no quiere ni puede asumir la responsabilidad de todo lo que ha bebido, de todo lo que se ha "metido" y ha hecho "meterse" a quienes les han seguido.
Dicen que, para salir de ésta, lo dice Javier Cercas, especialista en bucear en el alma humana, los independentistas necesitan un traidor. Puigdemont no quiso serlo, cuando renuncio a convocar las elecciones como ya había acordado con los mediadores en la crisis. Junqueras, tan cobarde como parece, tampoco. Por eso, a sabiendas de que están cesados, a sabiendas de que sus actos tienen tan poca validez y consistencia como todo lo que han hecho mientras corrían al precipicio, no tienen ni tendrán validez alguna. 
Sin embargo, ahí los tenemos con su juego, haciéndose selfis en los despachos que ya no son sus despachos, como quienes combaten la resaca con vodka o con cerveza, buscando una descompresión difícil una vez que han deshecho entre sus manos los sueños de tanta gente.

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