De ella él no sabía mucho; estudiante de ciencia política en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, vive sola en un departamento cerca del Río de La Plata, amante de los Sex Pistols y, según había visto en fotos de su perfil, acaba de comprar una moto Yamaha Fazer semicaraneada a la cual le pego una estampa del Ché Guevara justo a la altura del tanque de gasolina.
Cuatro horas y media después los temblorosos pies del joven pisaban tierras desconocidas, por primera vez en su vida experimentaba un extranjerismo distinto al de Camus; no habría marcha atrás, no quería dar marcha atrás en aquél ambiente nublado, lluvioso atiborrado de paraguas, abrigos y miradas desconfiadas. Con su mano bañada en un sudor nervioso sacó una servilleta doblada en cuatro partes en donde tres noches atrás, anotó las dos direcciones que ella le dictó desde un teclado, una correspondía a su oficina y otra a su departamento.
Sin perder un segundo, invirtió sus primeros euros en llegar a la oficina, en donde el reloj y el calendario le indicaban que las probabilidades serían mayores de encontrarla. Pero no fue así. Reponiéndose de a poco del golpe a la cartera, se dirigió a donde señalaba la parte posterior de la servilleta: Viamonte 37 esquina Avenida Córdoba. Allá iban sus últimos euros y esperanzas de rencontrar aquello que bajo la lluvia de julio perdió.
¡Pero qué desgraciado es el destino cuando el amor impregna espíritus jóvenes! Por qué nadie le avisó a aquél chico que el taxi que abordaba no lo llevaría sino a la mismísima muerte al perder los frenos y chocar contra un oxidado y robusto poste de luz. Metros atrás, una joven motociclista no se percató del incidente, y de frente, se impacto contra la parte trasera del taxi. Su cuerpo, tras volar diez metros, se impactó estrepitosamente contra el pavimento mojado.
a caray, muy muy bueno, el final me puso la piel de gallina. Felicidades.