Javier Astasio
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Tito y Merkel, por Javier Astasio

Tranquilos, porque no voy a comparar a la canciller alemana con el dictador yugoslavo. Tampoco con el  historiador romano, ojalá tuviese la perspectiva que da el tiempo que sí tuvo Tito Livio y que a la señora Merkel parece faltarle. Lo que pretendo, después de asistir al estrepitoso fracaso del Barça en Múnich, es dejar claro que, tanto Tito Vilanova como doña Angela, se empeñan en mantener a sangre y fuego estrategias que fueron exitosas y que hace tiempo dejaron de serlo.
Hace tiempo que escuche a Antonio Gutiérrez, refiriéndose a Marcelino Camacho, una frase que hice mía desde entonces y que es aplicable a personajes como el rey Juan Carlos o mi, hasta hace no tanto, admirado Felipe González. La frase en cuestión es así de rotunda: "No se puede pretender tener razón por haberla tenido".
Tan simple como eso. La efervescencia de los primeros años de Angela Merkel en la cancillería, tras los mandatos de Gerhard Schröder, años de desahogo que siguieron al duro  ajuste de su antecesor socialdemócrata, su firmeza en Bruselas y el liderazgo, por primera vez no compartido de Alemania en la Unión Europea. Aquello funcionó. La industria alemana bullía gracias a que Europa compraba sus productos, la banca alemana también se expandía y, como sus beneficios eran más de los que el negocio interno podía absorber, comenzó a prestar dinero alemán a otros países. Todo, para que en ellos se pudiesen consumir los productos alemanes. Un tiqui taca que parecía perfecto y que, durante un tiempo, no hizo a todos felices.
En el Barça, el proyecto Guardiola, que coincidió con la eclosión de la cantera de la Masía, también nos hizo felices a casi todos. Hasta que algo comenzó a chirriar en el Nou Camp. Guardiola, que  perfeccionó la máquina de jugar al fútbol de Cruyff, comenzó a errar en los fichajes y se perdieron tiempo y dinero, mientras el resto de equipos españoles aprendían a plantarle cara al campeón. Guardiola se fue, quizá porque atisbaba el cambio de ciclo, y el equipo quedó en manos del que fuera su segundo, Tito Vilanova. Mucho susto al principio para los culés, pero la brillantez de Messi salvó los muebles, al tiempo que el equipo se esforzaba en jugar de la manera que mejor le iba al argentino. Y ahí empezaron los problemas, el Barça, teniendo como tiene magníficos jugadores, se acostumbró a vivir de las patatas fritas de Messi y dio de lado otros posibles alimentos, tan nutritivos y quizá más imaginativos.
Una cosa y otra nos han llevado hasta la noche de ayer, con un Messi todavía lesionado sobre el campo, ocupando el sitio de un jugador en condiciones, y, por si fuera poco, con el jugador idóneo para romper la defensa contraria, Villa, sentado en el banquillo hasta que nada tuvo ya remedio.
Como resultado, la derrota más sangrante que ha sufrido el Barça en los últimos años, una derrota que pesará en las botas de los jugadores. Y un mito que cae, porque está claro que, si Vilanova no pudo o no quiso ver que el esquema de salida no funcionaba o si no tuvo los arrestos suficientes para sentar a un Messi que no se atrevió a correr, debería plantearse si debe seguir al frente del equipo.
En resumen, al Barça le vendría bien otro entrenador, libre de fantasmas y prejuicios, del mismo modo que a Alemania, y a  Europa entera, le vendría de perlas tener lo más lejos posible del poder a una mujer tan testaruda  e insensible como Angela Merkel.
 
 
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