Que fácil resulta hablar de la libertad ajena cuando no somos nosotros los que hemos dado con nuestros huesos en el banquillo de los acusados. El caso Nóos acaba de proporcionarnos su primer punto y seguido después de once años de investigaciones y ocho meses de trabajo para dictar sentencia. Las primeras reacciones y editoriales hablan de la independencia judicial y del exquisito comportamiento de la Casa Real. Solo con estas premisas parece lógico pensar que ya podemos dar vuelta a la historia. Ochocientas páginas detallan dónde, cómo y quienes hicieron lo que no debían. Cada delincuente tiene la pena que corresponde a su delito. Hay explicaciones para casi todo, incluso sanciones económicas pagaderas a plazos para no esquilmar los supuestos precarios capitales de quienes en su día fueron duques, presidentes, consejeros, funcionarios y economistas de postín. La sentencia Noos reparte justicia para todos. Incluso para la acusación particular, el sindicato Manos Limpias, condenado a pagar las costas de las señoras que como consortes sufrieron en sus carnes la injusticia de la recriminación popular. Una vez más lo fácil sería hacer leña de los árboles caídos, demostrar hasta dónde el cainismo popular es moneda de cambio. Menos mal que todavía hay un atisbo de esperanza. Disfrutamos de la independencia de la justicia y de la exquisita imparcialidad de la Casa Real. Y como pecadores que fuimos y que seremos, el abogado Miquel Roca nos recuerda que ahora debemos dinero a la Infanta Cristina. Espero que Hacienda no tarde tanto como nosotos en saber que la Señora era inocente y le devuelva a la mayor brevedad los 300 mil euros que calcularon de más haciéndose verdad el viejo slogan: Hacienda, somos todos. Hasta los mal pensados.
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