Que fácil resulta hablar de la libertad ajena cuando no somos nosotros los que hemos dado con nuestros huesos en el banquillo de los acusados. El caso Nóos acaba de proporcionarnos su primer punto y seguido después de once años de investigaciones y ocho meses de trabajo para dictar sentencia. Las primeras reacciones y editoriales hablan de la independencia judicial y del exquisito comportamiento de la Casa Real. Solo con estas premisas parece lógico pensar que ya podemos dar vuelta a la historia. Ochocientas páginas detallan dónde, cómo y quienes hicieron lo que no debían. Cada delincuente tiene la pena que corresponde a su delito. Hay explicaciones para casi todo, incluso sanciones económicas pagaderas a plazos para no esquilmar los supuestos precarios capitales de quienes en su día fueron duques, presidentes, consejeros, funcionarios y economistas de postín. La sentencia Noos reparte justicia para todos. Incluso para la acusación particular, el sindicato Manos Limpias, condenado a pagar las costas de las señoras que como consortes sufrieron en sus carnes la injusticia de la recriminación popular. Una vez más lo fácil sería hacer leña de los árboles caídos, demostrar hasta dónde el cainismo popular es moneda de cambio. Menos mal que todavía hay un atisbo de esperanza. Disfrutamos de la independencia de la justicia y de la exquisita imparcialidad de la Casa Real. Y como pecadores que fuimos y que seremos, el abogado Miquel Roca nos recuerda que ahora debemos dinero a la Infanta Cristina. Espero que Hacienda no tarde tanto como nosotos en saber que la Señora era inocente y le devuelva a la mayor brevedad los 300 mil euros que calcularon de más haciéndose verdad el viejo slogan: Hacienda, somos todos. Hasta los mal pensados.
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Las malas compañías, por Javier Astasio
Supongo que no es plato de gusto presidir un gobierno y tener que desayunarse un domingo, el que dicen de Resurrección, tragando un sapo del que el diario EL PAÍS sirve hoy en la mesa de Alberto Núñez Feijóo, presidente gallego y, dicen, uno de los hipotéticos recambios de Mariano Rajoy, para quien en más de una ocasión ha sido un incómodo Pepito Grillo.
Las fotos del presidente de la Xunta junto al narcotraficante gallego Marcial Dorado, hablan por sí mismas, especialmente aquella en que aparece al timón del yate de Dorado. Son fotos de hace veinte años y están tomadas por alguien que comparte con el entonces alto cargo de la Administración y el entonces sólo contrabandista, aunque a gran escala y suficientemente conocido como para que un alto cargo con aspiraciones de prolongar su carrera política, evitase dejarse ver junto a él.
O todo lo contrario, porque no hay que olvidar que, hasta que el contrabando gallego decidió poner su infraestructura y su experiencia al servicio del tráfico de cocaína, los capos gallegos, con negocios a uno y otro lado del Minho, eran respetados y halagados como lo que en el fondo eran, magnates de una "industria" tolerada y asumida por la sociedad gallega.
Por lo que parece, las fotos puestas en circulación por vete a saber quién antes o después acabarán minando el prestigio del presiente de la Xunta, porque, al contrario de otros casos, Feijóo no parece que su "amistad" con Dorado fuese previa a sus actividades ilegales -no era un pariente ni un amigo de la infancia- y es de suponer que estaba al cabo de la calle como cualquier ciudadano de a pie en cuanto al origen de los florecientes negocios del contrabandista.
Tiempo después, como relatan Xosé Hermida y Elisa Lois en la información que publica EL PAÍS, Feijóo se traslado a Madrid para ponerse al frente del Insalud, reclamado por el entonces ministro de Sanidad de Aznar, Romay Becaría, en cuyo entorno se movía el testaferro de Dorado, mientras el contrabando, en Galicia y, por tanto, el que ejercía la red controlada por Marcial Dorado, se tornó narcotráfico, comenzó a perder prestigio, aunque durante un tiempo lo mantuvo, y el capo acabó procesado por narcotráfico y condenado a catorce años de prisión.
El tiempo ha seguido pasando y hoy los amigos que posan en el puente, frente a Baiona, han segundo caminos muy diversos que les han llevado a destinos, digamos, paradójicos. Pero el pasado vuelve a veces para jugar malas pasadas, bromas pesadas como esta con al que tendrá que lidiar el a menudo locuaz Núñez Feijóo, quien en los próximos días, si no hoy mismo, tendrá tendrá que dar muchas explicaciones sobre aquellos días en que la sociedad gallega y él mismo se dejaban conducir por una moral más que "distraída".
Otra cosa será saber quién y por qué ha sacado a la luz estás fotos hechas hace veinte años bajo el sol del verano pontevedrés que tendrán el mismo efecto que un torpedo lanzado contra la línea de flotación de la carrera política del emergente político gallego.
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