Con total honestidad, de entre todas las recomendables novedades recientes de la cuidadosa Nørdicalibros, este mes destacamos también un libro pequeño en formato (13 x 19 cm.) pero que ha unido a dos gigantes: Franz Kafka, el universal escritor checo cumbre de la literatura alemana, autor de letras básicas como "La metamorfosis", "El proceso" o "El castillo" y Max, curtido autor ilustrador todoterreno que, a sus incontables títulos, añadió en 2007 el Premio Nacional de Cómic.
En el caso de Kafka, “El fogonero” se publicó como libro independiente en 1913 para terminar siendo el primer capítulo de “El desaparecido”, la novela nunca terminada del escritor.
En cuanto al ilustrador, habiendo asistido a espectáculos visuales como los de Robert Crumb ilustrando vida y obra del escritor checo, los precisos trazos y certera visión en gris de Max son marco perfecto para esta historia, repetición de los habituales esquemas de Kafka en que un personaje trata de nadar contracorriente contra los cimientos de todo poder establecido. Todo un descubrimiento para completistas de la obra de ambos autores.
Franz Kafka (Praga, 1883 - Kierling, Austria, 1924)
Escritor checo en lengua alemana. Nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos, Franz Kafka se formó en un ambiente cultural alemán, y se doctoró en Derecho. Pronto empezó a interesarse por la mística y la religión judías, que ejercieron sobre él una notable influencia. Su obra, que nos ha llegado en contra de su voluntad expresa, pues ordenó a su íntimo amigo y consejero literario Max Brod que, a su muerte, quemara todos sus manuscritos, constituye una de las cumbres de la literatura alemana y se cuenta entre las más influyentes e innovadoras del siglo xx. En 1913, el editor Rowohlt accedió a publicar su primer libro, Meditaciones, que reunía extractos de su diario personal, pequeños fragmentos en prosa de una inquietud espiritual penetrante y un estilo profundamente innovador, a la vez lírico, dramático y melodioso. Sin embargo, el libro pasó desapercibido; los siguientes tampoco obtendrían ningún éxito fuera de un círculo íntimo de amigos y admiradores incondicionales. Entre 1913 y 1919 Franz Kafka escribió El proceso, La metamorfosis y La condena y publicó El fogonero, que incorporaría más adelante a su novela América, En la colonia penitenciaria y el volumen de relatos Un médico rural.
Max
Max (Barcelona, 1956). Autor de historietas con una amplia trayectoria en el cómic desde sus inicios en los años 80 en la revista El Víbora. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Cómic por su libro Bardín el Superrealista. Ha sido fundador y codirector editorial de la revista de vanguardia gráfica NSLM entre 1995 y 2007. Su trabajo como ilustrador incluye carteles, portadas de discos, ilustraciones para prensa, libros y animación. Desde 2009 ilustra semanalmente la sección «Sillón de orejas» en el suplemento cultural Babelia, del diario El País.
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En estos momentos, aún no silenciados los aplausos, las voces de admiración y las lágrimas por la muerte de Nelson Mandela, tengo la sensación de que su desaparición como hombre deja la estela de un héroe, quizá el último de esos héroes, personajes únicos, que han labrado los surcos que marcan hitos en la historia. A mí Mandela me resulta una referencia lejana en el tiempo y el espacio, pero no por ello deja de conmoverme su legado. Las grandes transformaciones de la humanidad han sido protagonizadas por iluminados como el líder sudafricano, por gente valiente que piensa en el colectivo antes que en sí mismo y se rebela contra el poder establecido, contra las costumbres cimentadas sobre siglos y, sobre todo contra quien maneja las armas. En la escuela, te cuentan que el primer revolucionario de la historia fue Jesús de Nazaret, quizá el mayor visionario por propugnar aquello del amor al prójimo, muy admirable si no hubiese tenido tantos malos herederos. Después, oías hablar de las gestas de Gandhi, Luther King, Che Guevara…Todos ellos han hecho historia y nosotros vivimos aquí apaciblemente el resultado de sus hazañas. También entiendo que para que hayan héroes debe existir previamente una situación de humillación, vergüenza, violencia o injusticia. Tal vez por ello escasean tanto por estos lares, por pensar ciegamente que nuestro mundo no los necesita, mientras dejamos que su trono sea ocupado por personajes que la historia jamás recordará o recordará mal y que en el mejor de los casos dejarán como señal el nombre de una calle en su ciudad natal. Estoy absolutamente convencida de que los héroes siguen haciendo falta, incluso en el primer mundo, donde las injusticias y la violencia existen aunque no nos parezcan graves porque las víctimas representan una minoría. Es curioso que en este momento de la sociedad nadie aspire a ser un héroe. A mí me hubiese gustado serlo, pero ya no. También, como todos, elegí vivir tranquila. Pude permitírmelo porque tenía el gran cobijo del legado de héroes como Mandela.
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