En los últimos tiempos, he leído muchas elucubraciones acerca de cómo mostrar un currículo, de cómo redactar una carta de presentación y de cómo comportarte ante una entrevista de trabajo. Todos los autores te ofrecen consejos gratuitos y, según ellos, eficaces para obtener éxito en el proceso de búsqueda de trabajo. A ver, yo lo leo por si encuentro la varita mágica, pero vamos son todo palabras y frases manidas, rutinarias y de sentido común, porque muchos de esos consejos intentan que el candidato se comporte únicamente de forma educada. Me parece realmente estúpido leer que el postulante no debe suplicar o no debe dar respuestas largas a las preguntas del seleccionador o debe ir vestido con traje de chaqueta. ¡Qué haga lo que quiera! Mientras no se rasque los huevos o eructe, si es que tiene la costumbre de hacerlo, me parece que lo lógico es esperar que nadie se disfrace ni haga un sobreesfuerzo por mostrar quien no es. Y es que si de la parte de los seleccionadores se exige un mínimo de decoro, digo yo que los candidatos se merecen el mismo o más por encontrarse en una situación que precisa de solidaridad y de todo el respeto del mundo para que, por poner un ejemplo así de simple, no le ofrezcan 400 euros por un puesto de trabajo. Esto pasa, pasa todos los días y a todas horas, igual que te ofrezcan un contrato de dos horas para trabajar ocho, seis en negro, claro. Así es que, aunque sea autóctono de este país lo de fingir y simular, nos iría a todos mejor si dejáramos el cine a los profesionales y no nos mintiéramos con empleos cutres ni empleados travestidos. Yo, desde aquí, prometo no volver a incrementar mi nivel de inglés en el currículo.
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Tupper mítines, por Javier Astasio
¿Os habéis fijado en el modo elegido por los políticos españoles para manifestarse en carne mortal ante los ciudadanos? Antes, el que tenga edad, memoria y un poco de vergüenza lo recordará, lo hacían en mítines multitudinarios, en los que se abarrotaban, estadios, polideportivos y plazas de toros. Precisamente en una plaza de toros se dio el primer mitin al que asistí en mi vida, tras la muerte del dictador, el que convocó la CNT en la de San Sebastián de los Reyes, que fue, por cierto, el primero autorizado en toda España tras la Guerra Civil.
Con el tiempo, estas concentraciones de fueron consolidando como actos de afirmación y captación de nuevos militantes, al tiempo que, para los dirigentes, pasaron a ser el trampolín en que se bregaron y en el que se fraguó más de una carera política. Eran los tiempos en que se escuchaban aquellos ¡Qué bien habla! ¡Qué claro lo dice todo! ¡Qué cojones tiene! Las plazas se llenaban de banderas y había lágrimas de emoción -hoy las habría de rabia y decepción- entre el público, se levantaba el puño y se cantaba la Internacional. Poco a poco, mitad por los precios de alquiler de los recintos y mitad porque cada vez se veían mas huecos en la arena y en las gradas, los partidos fueron optando por escenarios más pequeños como teatros y salones de actos, para acabar refugiándose en los salones de algún que otro hotel o en las plazas públicas, cada vez más pequeñas y cerrando cada vez más el plano de la cámara, para no poner en evidencia la soledad de unos representantes públicos que tenían ya poco que ver con la gente a la que fingían dirigirse.
Bien es verdad que cuando toca campaña electoral, demasiado a menudo a mi modo de ver, vuelven los mítines, uno por día preferentemente a la hora de los telediarios y en escenarios y ciudades en los que el lleno es fácil de controlar y conseguir, cosa que se consigue a base de autobuses con militantes convenientemente provistos de las prácticas, pero poco vistosas, banderitas de plástico del partido en cuestión que, por otra parte, sería bueno recoger a la salida, para no llenar con esa basura papeleras y contenedores de la zona.
Es la mercadotecnia de la política, toda una ciencia que lleva, por ejemplo a colocar a la espalda del orador una pequeña grada, suficiente para servir de fondo a los planos de televisión y las fotos, para que se seleccionan lo más joven y vistoso de la militancia, con un negro y algún emigrante más en el lote, dotados todos de sonrisa profidén y con la coreografía de las banderitas, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, convenientemente entrenada y ensayada para no aburrirse y no sufrir calambres en dedos y muñecas. Todo muy estudiado aunque, a veces, como en el mitin de cierre de campaña de Miquel Roca, candidato del PRD (Operación Roca) en las generales de 1986, para el que se contrató el auditorio del Parque de Atracciones de Madrid, que se había abierto, con accedo gratuito al parque y las atracciones, con el resultado perverso de haber llenado el parque con familias enteras, no así el auditorio, en el que apenas se cubrieron las primeras filas.
Ha pasado más de un cuarto de siglo desde entonces y el aparato de propaganda de los partidos, Luis Bárcenas y su troupe de la Gürtel incluidos, ha aprendido mucho de escenarios y tele. Tanto, que han dado con el formato ideal, el del guateque ideológico o, como yo digo, el tupper mitin. Si no sabéis de que hablo, basta con que os asoméis a cualquier telediario de fin de semana y veáis a la Cospedal, el González Pons o el Rubalcaba de turno -Rajoy no está para esas mindundeces, que cansan mucho- para soltar las consignas, convenientemente envueltas en caramelo de cordial camaradería, pero dirigidas a la o las cámaras de televisión, convenientemente también invitadas al tupper mitin.
No son otra cosa esos encuentros. No suele haber más de una veintena de personas, todas militantes, justo el tamaño y la entrega de una claque, entre otras cosas, porque no cabe más que una claque en el escenario contratado.
Alguien, alguno de esos carísimos asesores que tiene n los partidos, ha debido caer en la cuenta que si las reuniones de tupper ware sirvieron para llenar de cacharritos herméticos los hogares de medio mundo y, las de tupper sex, para llenar de consoladores, bolas chinas, anillos vibratorios y otros juguetitos las mesillas de muchas españolas y algún que otro español, bien podían adaptarse a las necesidad que tienen los políticos, especialmente en fin de semana, de aparecer en los telediarios para amargarnos la comida o la cena.
Ha nacido el tupper mitin, lavémoslo conveniente después de cada uso, no vaya a ser que acabe por transmitirnos alguna infección, del tipo “escrache igual a nazismo”, ya lo intentaron sin éxito con el “escrache igual ETA”, en el pensamiento.
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