Tal vez no comparta que la simulación, el engaño y la mentira forman parte de la naturaleza humana, pero están presentes tanto en la esfera personal como en la vida social, aun mas ahora con “las relaciones virtuales”. Desde los más breves saludos estructurados, del estilo de "Buenos días, ¿qué tal estás? Bien, gracias", en donde las palabras pierden su significado genuino para dar paso a meras fórmulas de cortesía, hasta las formas más elaboradas de comunicación en el complejo entramado social se apoyan en un juego de roles, en donde se entremezcla lo que la persona es con lo que aparenta ser, la realidad con la imagen, la función de autor con la de actor.
La supervivencia en un medio social complejo ha favorecido el desarrollo de habilidades mentales extraordinarias, que permiten no sólo reconocer características personales sino también anticipar los pensamientos e intenciones de los congéneres, aumentando así las habilidades sociales y la cohesión grupal. Estas capacidades están en el origen de lo que Whiten y Byrne (1997) han denominado "inteligencia maquiavélica. La inteligencia maquiavélica es una capacidad que parece haber sido inducida por la necesidad de dominar formas cada vez más refinadas de manipulación y defraudación en el medio social, y que se manifiesta a través del uso de estrategias de disimulo, mentira y engaño tácticos. Como también señala Smith (2005), la inteligencia maquiavélica pudo haber sido el motor que empujó a nuestros antepasados a ir adquiriendo cada vez mayor inteligencia y a hacerse cada vez más aficionados a mudar de opinión, a cerrar tratos y a confabularse con otros; por lo que estima que los seres humanos son mentirosos natos, habiendo desarrollado formas mucho más sofisticadas de disimulo que nuestros parientes primates más cercanos.
Pero el disimulo y el engaño a los demás no hubiera alcanzado tales órdenes de magnitud si los humanos no hubiéramos desarrollado también la habilidad de engañarnos a nosotros mismos. El autoengaño nos ayuda a mentir a otros de manera más convincente, y la capacidad para creernos nuestras propias mentiras nos ayuda a embaucar más eficazmente a los demás. Por otra parte, nos permite alcanzar el grado de perfección de "mentir con sinceridad", sin necesidad de hacer un montaje teatral para fingir que estamos diciendo la verdad. Esta es la tesis de Robert Trivers (2002), quien sostiene que la función capital del autoengaño es poder engañar más fácilmente a otros, por cuanto la credulidad en el propio cuento lo hace más convincente para los demás.
Así pues, el disimulo, la mentira implícita o el engaño deliberado forman parte de todos los escenarios en los que transcurre la vida social humana. En un proceso evolutivo cuyas etapas se van consumiendo desde la infancia, se va perdiendo la espontaneidad conforme se asienta la convicción de que la sinceridad no siempre es posible ni conveniente, porque puede perjudicar a la otra persona o a uno mismo. En definitiva, todas las personas intentan acomodar la realidad a sus propias intenciones, expectativas o necesidades; pero lo sorprendente es que, a sabiendas de que el mundo es así, actuamos como si todo fuera verdad o tal vez necesitamos persuadirnos de que lo es.
En los diferentes ámbitos del ejercicio profesional del psicólogo, el disimulo, el encubrimiento, la exageración, el filtrado y el falseo de la información suministrada o la negación de problemas son fenómenos muy frecuentes, y constituyen un importante obstáculo a la hora de realizar una correcta evaluación y tomar decisiones. Con toda seguridad, los mismos inconvenientes existen en cualquier otra actividad profesional; pero en nuestro medio, sin embargo, dichos comportamientos suelen estar determinados por diversas causas, a veces patológicas (la existencia de algún trastorno mental), criminológicas (la necesidad de evitar responsabilidades jurídicas) o meramente adaptativas (conseguir determinados objetivos en circunstancias adversas) (Rogers, 1997).
Una premisa imprescindible para el ejercicio profesional del psicólogo es la cooperación y la honestidad del cliente o paciente; de tal manera que la correcta evaluación y el diagnóstico psicológicos dependen de la honestidad y del deseo de aportar información, por la persona evaluada, así como de la precisión y veracidad de los datos que ésta suministra. Aunque, en la práctica profesional, se suele asumir la veracidad de los testimonios y de los datos ofrecidos por los clientes o pacientes cuando describen sus comportamientos, sus estados, sus síntomas o sus problemas psicológicos, este supuesto puede ser ingenuo. Como sabemos, numerosas razones pueden dar lugar a la reserva y a la falta de cooperación, como son la búsqueda de un determinado objetivo (económico, profesional o judicial), la duda respecto a la confidencialidad de los datos, el desacuerdo con los puntos de vista y con los valores del profesional, la defensa de los propios intereses, la voluntariedad o la imposición de la evaluación o, simplemente, la inadvertencia en la realización de test y en la cumplimentación de escalas o cuestionarios.
La simulación, las actitudes defensivas o de camuflaje, no obstante, no son fenómenos dicotómicos sino que suelen presentarse con niveles de intensidad variable, dependiendo de las circunstancias o de los motivos que las impulsan, transformándose en barreras, que afectan la efectividad de la justicia, especialmente en la credibilidad del testimonio, la confiabilidad y validez de las declaraciones, o la veracidad de la huella psicológica aducida o denunciada por los demandantes de la misma.
En este sentido, frente a una denuncia, el estudio de la víctima resulta particularmente importante en cuanto al “rol participante o desencadenante” que le compete a las mismas, conscientes de la relación causal que existe entre la ocurrencia del delito y la contribución del agraviado en su victimización, por lo cual y para el análisis de la conducta criminal, resulta primordial el ejercicio técnico de poder determinar cuáles son las aportaciones tanto del agresor, como de la víctima en el hecho criminal. Por lo cual, debemos afrontar la aparición de FALSAS VÍCTIMAS, quienes denuncian un delito que en realidad no ha existido, ofreciendo una doble modalidad. En primer lugar las simuladoras, que actúan conscientemente poniendo en marcha el proceso con el fin de provocar un error judicial; y en segundo lugar las imaginarias, que creen erróneamente (por causas psicológicas, o por inmadurez psíquica) haber sufrido un acto criminal. Entonces nos encontramos que por obtener un beneficio secundario de tipo económico, emocional, por autoinculpación o enfermedad mental, denuncian un delito que nunca tuvo lugar.
En otras palabras, puede comprobarse que tal persona o entidad en realidad miente o simula con respecto a su condición de Víctima, con la finalidad de desviar la atención acerca de quién es la Verdadera Víctima. La Falsa Víctima intenta mantener oculta su responsabilidad, así como su verdadero interés, motivación o conveniencia, a fin de no ser descubierto(a).
Aún cuando lo que motiva a una Falsa Víctima a actuar como tal puede llegar a resultar de relativa importancia, el perjuicio que ejerce es doble debido a que:
• Pudiera tratarse de un(a) Maltratador(a), con todo el daño que ello implica.
• Ha adoptado el papel de Víctima, no sólo intentando engañar a todos manifestándose como tal, sino especialmente negándole a ésta su verdadera condición y su derecho a ser reconocida y a reconocerse como Verdadera Víctima. .
BENEFICIOS DE UNA FALSA VÍCTIMA
Cuando una Falsa Víctima se halla predominantemente motivada por uno o más beneficios, ventajas, gratificaciones, recompensas, etc. de cualquier clase (materiales o inmateriales), ello suele consistir en:
• Desviar la atención de su verdadera condición, en muchas casos, como Maltratador (a).
• Lograr que la Verdadera Víctima se convenza de la inocencia de su Maltratador(a) e, incluso, se convenza de ser ella misma el/la Verdadero(a) Maltratador(a).
• Lograr que la Verdadera Víctima sea castigada, repudiada, etc.
• Obtener un aumento salarial o cualquier clase de privilegio o ventaja laboral.
• Hacer que despidan o expulsen a un compañero de trabajo o de estudios.
• Hacer que su pareja se sienta culpable y decida, o bien someterse a su voluntad, o bien irse, autoagredirse, suicidarse, etc.
• Convencer a un(a) juez(a) o facilitar las condiciones para obtener una herencia, inmueble, divorcio o la custodia total de sus hijos.
ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE LA PERSONALIDAD DE UNA FALSA VÍCTIMA
Cuando una Falsa Víctima se halla predominantemente motivada por una personalidad enfermizas, siempre podemos hallar como mínimo dos condiciones, las cuales le impiden hacerse responsable de los perjuicios que provoca, aún siendo plenamente consciente de los mismos:
• Ausencia de Sentimiento de Culpa: No reconoce la responsabilidad de sus conductas.
• Necesidad de Culpabilizar: Siempre niega cualquier error de su parte y siempre atribuye la responsabilidad de sus propios errores a los demás.
Una persona así, en muchos casos, no está loca ni ha padecido locura transitoria. Es plenamente consciente de sus actos, sólo que no del significado de los mismos para las verdaderas Víctimas, lo que le lleva a creerse o autoconvencerse de que él / ella sí lo es. Una desviación en lo que hemos identificado como el componente empático en el razonamiento moral.
Por otra parte pudiéramos encontrar algunos Trastornos Típicos en las Falsas Víctimas, ligados en menor o mayor grado a problemas de personalidad.
• Los que saben que no son Víctimas: Son conscientes de que sus actos manipulan y hacen daño (no están locos), pero ello no les importa porque su personalidad apenas les permite llegar a comprenderlo superficialmente.
• Psicopatía: El más peligroso y uno de los más graves cuadros, aunque -contrariamente a lo popularmente supuesto- es poco probable que ejerza cualquier clase de Maltrato Físico, sí es capaz de desplegar las más destructivas y manipulativas maniobras, entre ellas las de hacerse pasar como Víctima.
• Trastorno Narcisista-Perverso de la Personalidad: El hermano menor del psicópata, el narcisista perverso, le sigue en capacidad destructiva y manipulativa, pero es igualmente capaz, incluso, de manipular a todo un país con tal de provocar o justificar una guerra o cualquier tipo de masacre.
• Los que realmente se creen Víctimas: porque su personalidad les obliga a percibirse siempre a sí mismos como mejores, más buenos, superiores, etc.
• Trastorno Narcisista de la Personalidad: Son personas con una profunda necesidad de sentirse superiores o mejores que todo el resto de la Humanidad y que, por lo tanto, ante cualquier acción verbal o no verbal de los demás que tan solo les sugiera lo contrario, inmediatamente se sienten heridos, agredidos o atacados, es decir, unas Víctimas. Suelen ser sumamente egocéntricos y caprichosos.
• Trastorno Paranoide de la Personalidad: Las personas con características de este trastorno suelen percibir cualquier conducta de los demás como una amenaza, agresión, conspiración, traición, etc., lo que consecuentemente les lleva a sentirse como verdaderas Víctimas, por más que realmente no lo sean. Son principalmente suspicaces: Ven todo como una posible agresión hacia ellos, lo que les hace contraatacar inmediatamente ante supuestos ataques, basándose en cualquier acontecimiento superfluo, cuyo significado sólo está en su mente.
Entonces la Falsa Victima es un problema para el Sistema de Justicia, tanto en sus intenciones como en sus logros, por cuanto disminuye la efectividad en la aplicación de las normas legales, tal como el caso de la controvertida Ley Orgánica de Protección a la Mujer para una Vida Libre de Violencia, cuyo articulado ha servido, en muchas ocasiones bajo la poca acuciosidad de los Órganos de Investigación (Fiscalías Especializadas) a favorecer la simulación de hechos donde la presunta víctima sencillamente no lo es. Creo conveniente abrir un profundo debate sobre el asunto, pues mientras muchos victimarios provocan masivamente daño físico, moral, emocional y patrimonial, la acción judicial es limitada frente al daño provocado, mientras en otras ocasiones, guiada generalmente por motivaciones económicas o patológicas, la acción penal recae “a la letra” sobre personas sin responsabilidad en las mismas, con los consiguientes efectos emocionales y sociales de simulación en la justicia.