En estos momentos, aún no silenciados los aplausos, las voces de admiración y las lágrimas por la muerte de Nelson Mandela, tengo la sensación de que su desaparición como hombre deja la estela de un héroe, quizá el último de esos héroes, personajes únicos, que han labrado los surcos que marcan hitos en la historia. A mí Mandela me resulta una referencia lejana en el tiempo y el espacio, pero no por ello deja de conmoverme su legado. Las grandes transformaciones de la humanidad han sido protagonizadas por iluminados como el líder sudafricano, por gente valiente que piensa en el colectivo antes que en sí mismo y se rebela contra el poder establecido, contra las costumbres cimentadas sobre siglos y, sobre todo contra quien maneja las armas. En la escuela, te cuentan que el primer revolucionario de la historia fue Jesús de Nazaret, quizá el mayor visionario por propugnar aquello del amor al prójimo, muy admirable si no hubiese tenido tantos malos herederos. Después, oías hablar de las gestas de Gandhi, Luther King, Che Guevara…Todos ellos han hecho historia y nosotros vivimos aquí apaciblemente el resultado de sus hazañas. También entiendo que para que hayan héroes debe existir previamente una situación de humillación, vergüenza, violencia o injusticia. Tal vez por ello escasean tanto por estos lares, por pensar ciegamente que nuestro mundo no los necesita, mientras dejamos que su trono sea ocupado por personajes que la historia jamás recordará o recordará mal y que en el mejor de los casos dejarán como señal el nombre de una calle en su ciudad natal. Estoy absolutamente convencida de que los héroes siguen haciendo falta, incluso en el primer mundo, donde las injusticias y la violencia existen aunque no nos parezcan graves porque las víctimas representan una minoría. Es curioso que en este momento de la sociedad nadie aspire a ser un héroe. A mí me hubiese gustado serlo, pero ya no. También, como todos, elegí vivir tranquila. Pude permitírmelo porque tenía el gran cobijo del legado de héroes como Mandela.
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Os maté porque érais míos, por Javier Astasio
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Excusas para la Feria del Libro de Madrid 2013 (2), por Raúl Núñez ‘Rolo’ (@therealroloisme)
JIM THOMPSON.
Ilustraciones de JORDI BENET
Libros del Zorro Rojo sigue recuperando la obra de autores de vida errante pero obras tan importantes en su momento que lo que sorprende es cómo nadie las ha recuperado antes. En este caso hablamos de un autor como Jim Thompson, considerado por méritos propios como uno de los más importantes escritores de novela negra junto a Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Con obras como “The Killer Inside Me”, llamó la atención del mismísimo Stanley Kubrick, para quien escribió los guiones de “The Killing” y, sobre todo el alegato antibelicista aquí titulado “Senderos de Gloria” (“Paths of Glory”). Llegados a “1280 Almas”, merece la pena conocer que, en uno de sus viajes, Thompson trabó amistad nada menos que con el músico Woody Guthrie y también conoció al prototipo de sheriff adjunto corrupto que le servirá para cincelar a gran parte de sus personajes, brutalmente realistas y para nada suaves o aptos para finales felices. Como este libro muestra, hasta ficción tan exagerada y violenta como la descrita por Thompson puede ser fácilmente superada por la realidad. Y para ilustrarlo, quien mejor que el maestro de la viñeta nacido en Barcelona Jordi Bernet. Y porque resulta imposible olvidar el trazo firme de su “Torpedo 1936”, resulta tan fácil e idóneo descubrirle entre la prosa cruda de Thompson, con acertados retratos de los más ruines villanos junto a las siempre increíbles figuras femeninas que sólo Bernet es capaz de dibujar. Una unión perfecta en un gran relato negro.
RICARDO PIGLIA.
Ilustraciones de LUIS SCAFATI
El talento de dos grandes autores argentinos de une en una experiencia que supera o define como pocos ejemplos lo que es una novela gráfica. Ricardo Piglia, escritor de variopintas obras como “La invasión”, “Respiración artificial” o “Blanco nocturno”, juega en este libro con dos géneros que, en sus manos, parecen piezas del mismo puzzle: el género fantástico y la trama de una buena novela policíaca. Contando incluso con una versión operística musicalizada, lo que queda claro es que “La ciudad ausente” no lo estaría de no ser por el añadido de otro genio perfecto para la palabra concisa de Piglia: Luis Scafati, autor argentino también del que hemos tenido la suerte de hablar en estas mismas páginas más de una vez. Con el control total de los mínimos trazos para dotar a una escena del mayor realismo y dramatismo posible, Scafati experimenta con toda técnica y recurso imaginable del dibujo en blanco y negro para dotar a cada capítulo de un sabor visual particular en el curioso mundo de Junior, un periodista especializado en asuntos oscuros al que trata de superarle un caso por el que discurren un museo secreto, una máquina capaz de elaborar su propios relatos y todo tipo de narradores y habitantes de un paisaje que Scafati llena de un simbolismo aún mayor que el de las palabras, en un ostentoso despliegue conceptual por el que merece la pena disfrutar de este libro.
MARIANA ALCOFORADO.
Ilustraciones de MILO MANARA
Este libro vio la luz por vez primera el 4 de enero de 1669. Su contenido: cinco apasionadas cartas firmadas por Mariana Alcoforado, priora en un convento al sur de Portugal a su amante, un oficial francés famoso por su lista de conquistas. El tono y éxito de tan breve pero intenso escrito logró nada menos que veintiuna ediciones en apenas seis años. Un éxito tal que hasta dio nombre a un nuevo subgénero epistolar denominado “las portuguesas”: cartas femeninas desenfrenadas y condenadas a no ser respondidas, como no lo fueron la de la monja portuguesa a la que ha dado vida el lápiz y los colores de un artista que es sinónimo de erotismo: Milo Manara. Incluso conociendo el dato real de que estas cartas en realidad parece fueron escritas por un periodista y diplomático francés, Gabriel-Joseph de Lavergne, imaginar la desesperación del fuego contenido de la monja portuguesa a quien éste dio voz en estas cartas, es un pequeño abismo al que se cae fácilmente leyendo los textos. Sin importar los siglos que nos separan porque nuestra humanidad apenas ha evolucionado en todo este tiempo. Editado en pequeños formato, con tapa dura, detalles en letra de oro para el título en el lomo y un papel que casi da vida a los dibujos de Manara, todo un descubrimiento.