Loewe y el undeground, por Gabriel Merino

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Hace tiempo escribí sobre Patti Smith y Mapplethorpe. Finales de los sesenta, principios de los setenta: Crumb, Bukowski, Burroughs, Zappa, Shelton, Kenneth Anger, Castaneda, la Velvet, John Waters, Ginsberg, John Cale, Paul Morrissey, Iggy, Corben… Un movimiento de contraculturales, jipis, descontentos, pacifistas, peleones, experimentadores que, finalmente fueron muertos o fagocitados por la industria salvo en muy escasas excepciones.

Aquí, algo más tarde, ya mediados los 70, la gauche divine, el hermano Lobo, el “rrollo”, el Star y el Ajoblanco de Pepe Ribas, la Purita Bragadejierro y el San Reprimonio de Nazario, el Mariscal de los garrirris, el Papus, la familia Panero, los primeros flowerpower de comunas ibicencas, el Slober de Ceesepe, las películas iniciales de Almodóvar, la Cascorro Factory, el Zurdo, Haro Ibars, la linea chunga, heredaron antes de que se instaurara la movida esas hechuras a veces jipis, a veces de formas cultas, a veces aceleradas y de estética y estilo que, entonces, se podían calificar de underground.

Los grandes almacenes, las radiofórmulas, las editoriales convencionales, la moda vieron pronto el filón que podía suponer una estética tan novedosa. El Corte Inglés democratizaba para todos la moda ad lib y las flores en el pelo, las discográficas vivieron una edad de oro, el cómic y el fanzine florecieron. En cuanto se convirtieron en carne de escaparate o de cine Alphaville, los underground perdieron la esencia, igual que cuando Andy Warhol decidió comercializar las litografías de la sopa Campbell para convertirse decididamente en icono pop. Alaska, Lichenstein, el Mariscal de Cobi, los dibujantes que llevaban sus litografías a Arco,  Ouka Lele, Agatha Ruiz de la Prada, el Bowie preochentero eran frescos, divertidos,  naturales pero ya no exactamente underground.  Y generaron royalties. A fines de los setenta, se generó una seria y griega de estéticas de la que partió por un lado el punk, suciote y barriobajero y el decadentismo ochentero lleno de glam, chorreras, ojeras, tupés, cajas de ritmos y línea clara. Luego, en los noventa, toda estética undergound –incluso la ética, en épocas de pelotazo, neoliberalismo, lofts y corte sobrio de vestido- despareció.

Muchos se perdieron en el camino. Ahí en la foto, Vaughn Bodé: un dibujante de comic, músico y fotógrafo de la quinta de Crumb y Spiegelman que se asfixió en un ritual sexual. Beausoleil, Haro, Nico…, hay decenas de nombres. Pero no hacía falta llegar a tanto. Lo underground dejó de estar de moda y parecía irrecuperable. Todo el mundo quería integrarse,  medrar, ganar y comprarse un piso, preferentemente un dúplex. Los nuevos héroes monstruosos eran de los Easton Ellis, de Palahniuk, de Loriga, de Gaiman, mucho más frios y elegantes como si fueran un Batman de Christopher Nolan o un héroe atormentado crepuscular con casoplón en el bosque a las afueras de Seattle, un vampiro de True Blood o un muñeco de Tim Burton.

Hace un mes, Loewe podía haber hecho lo de las asambleas de corrala de Movistar. Porque ahora tenemos otra vez jipis, indignados, estética asamblearia y de mercado medieval, perroflautas a la vista, además vivos y coleando, no en vallas publicitarias. Se reúnen en la calle y en la hierba, se rebelan, llevan pancartas, piercings y rastas, pero además arrastran en sus ideas a jubilados, señoras con el carro de la compra, currantes de obra, becarios y ejecutivos de cartera. Y son muchos. Son además, originales: no se parecen a los jipis de Hair ni a Alice Cooper ni a la moda de la princesa Smilja. Son mucho más urbanos, preparados, pegados a la realidad y –mientras les dejen, que les van ahogando- con muchos más complementos.

De ahí que no me explique para nada esa campaña elitista de Loewe, por muy de diseño y exclusiva que quiera parecer. Llevar a su campaña jóvenes pijos autistas aislados de la realidad social es no sólo conservador, sino absurdo. Naturalmente, quien tenga posibles para un bolso de esa marca no va a ser, de primeras, una de las acampadas del 15-M de la Puerta del Sol, pero lo que no me explico, al final, es con esa imagen de marca, quién es su verdadero público.

¿Me estaré volviendo underground, con los años que tengo?

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