HUIR HACIA ADELANTE, por Javier Astasio

Hoy comienza a andar el proceso de desconexión del Reino Unido de la Unión Europea con la que, dicho sea de paso, nunca estuvo muy comprometido. Ya se sabe que los británicos han sido siempre muy celosos de su identidad y, más aún, de su moneda y que, por algo, el suyo ha sido el último gran imperio de la Historia. Tanto es así, que, desde hace siglos y antes de que se soñase siquiera con volar ni mucho menos con la construcción del costoso Eurotúnel, cuando la niebla se tendía sobre el Canal de la Mancha, haciendo imposible la navegación, los periódicos titulaban con orgullo que era Europa la que quedaba incomunicada con las islas.
Desde que, en 1973, Reino Unido se integró, aunque de aquella manera, en lo entonces era nada más Mercado Común, la actitud de los dirigentes del Reino Unido ha sido fundamentalmente egoísta y en cierto modo obstruccionista. Al Reino Unido nunca le interesó Europa, mucho menos los europeos, más que como mercado para su industria y sus finanzas. Por eso, cada paso dado hacia la integración, lo han dado a regañadientes.
Aun así y como el roce hace el cariño, los británicos se acostumbraron a nuestra presencia en las islas, especialmente en la cosmopolita Londres, y nosotros nos acostumbramos a que en nuestras costas floreciesen colonias británicas, no tan ricas ni tan pobres como dicen las malas lengua, al calor de nuestro sol y nuestra sanidad, que, mal que bien, trajeron trabajo y una cierta prosperidad a los inviernos del Mediterráneo español.
Y en eso, llegaron la ampliación de la Unión Europea hacia el Este, tan deseada por Alemania, y, sobre todo, la crisis, que todo lo trastocaron, dejando a la clase obrera británica, sin minas, sin trabajo en la industria, cada vez más pobre y marginada, en paro, pendiente de los subsidios y, una vez más, sin esperanzas, mientras que la inmigración procedente de la Commonwealth y de los países del sur y el este de Europa, aceptaban trabajos rechazados por ellos.
En ese caldo de cultivo, el miedo, cuando no odio, al extranjero fue creciendo, abonado además por la inmoral xenofobia de la simpar prensa amarilla británica, y, a su sombra, fueron creciendo, cómo no, los partidos ultranacionalistas, por no decir directamente fascistas, que hicieron removerse en su  cómoda siesta a una derecha apoltronada y más pendiente, como aquí, de su destino al otro lado de las puertas giratorias que del sufrimiento de quienes tiene que vivir en los barrios que el final del sueño convirtió en sucios y abandonados,
Por eso Cameron, el responsable de la infamia, se apuntó a la aventura del referéndum para desviar la atención de su responsabilidad en la crisis, echando a los perros rabiosos el hueso de un referéndum con el que entretenerles, dejando sin suelo a quienes querían salir de Europa y, más que nada, cerrar las fronteras a tanto extranjero "caza empleos". Sin embargo, al inquilino del 10 de Downing Street, mal informado y poco acostumbrado a pisar el país, un país en el que en los años treinta, como en el resto de Europa, floreció el nazismo, se vio atrapado en su propia trampa, dejando al país, que se pronunció con contundencia suficiente, en la puerta de salida y sin paracaídas. Y, por si fuera poco, los escoceses quieren, ahora que las reglas del juego han cambiado, que se les pregunte otra vez si quieren seguir formando parte del Reino Unido.
Por eso estamos aquí hoy, a punto de comenzar a desmontar los puentes sobre el Canal de la Mancha, con el destino de las decenas de miles de españoles que habían decidido buscar su refugio vital en el Reino Unido y las decenas de miles de británicos que quieren vivir sus últimos años en España frente al cañón del revólver con el que un primer ministro irresponsable decidió jugar a la ruleta rusa.
Lo de Cameron fue una huida hacia adelante irresponsable que ha dejado a Europa donde, probablemente, ni el mismo quería, del mismo modo que la conversión de Artur Mas y su corrupta CiU al independentismo no es más que otra huida hacia adelante para salir del pozo ciego en el que se metió con su partido, el del tres por ciento. 

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