Pues sí, a mí Jordi Évole me la coló con su documental del Golpe de Estado del 23F y eso que desde el principio me chirriaban muchas cosas, por cierto, divertidísimas. Me chirriaba que en este país la cúpula política pudiera, primero, unirse tan férreamente ante el bien común, y segundo idear una trama tan delirante, tan efectista y tan discreta. A ver, me lo cuentan de la CIA y no me cabe duda, pero Spain is different. Me chirriaba la mezcla de conjuradores: políticos, periodistas, militares, la Casa Real y hasta cinestas. Me chirrió sobremanera que se eligiera a Garci entre Flotats, un ‘catalán afrancesado’ y Summers, que era el candidato de los socialistas, propuesto sólo por no perder protagonismo. A ver, esto sí que me hizo dudar, no de la verdad del documental pero sí de que ya estábamos en España. Me chirrió que Suárez tuviera que dimitir para reunir a todos los diputados en la Cámara. Jajajaja. Ahora, casi lo mejor fue cuando cuentan que tuvieron que negociar con los políticos para convencerlos de que tenían que meterse debajo del escaño. Jajaja. Aunque Santiago Carrillo incumplió y se mantuvo en su sitio, mientras a Fraga le entró hambre y se puso a desvariar. Buenísimo. Y el último detalle chocante, bueno penúltimo, fue que Garci se autoincluyera en su puesta en escena, al estilo Hitchcock, mientras Tejero se despedía de los guardias civiles que le habían acompañado en la aventura. Finalmente, me dejó pasmada el interés por el aparato que acompañó al Rey durante su discurso. Todo esto tambaleaba mi confianza ciega en Jordi Évole y en su revelación, que se fue al traste justo un par de minutos antes de los créditos cuando caí en la cuenta de que había demasiada gente implicada para que durante 33 años no hubiese trascendido nada. Vamos, eso no hubiese ocurrido en este país bajo ninguna circunstancia ni juramento. Eso de suceder así se sabe desde el mismo 24 de febrero de 1981, aunque ni entonces hubiera WhatsApp ni tan siquiera Internet. Yo también fui engañada, pero creo que nunca antes me había sentado tan bien, sobre todo porque creo que el documental de ficción no iba contra nadie. Fue una narración fantasiosa de lo que pudo motivar el Golpe del 23F y también una manera brillante de reivindicar transparencia y de pedir que los secretos de Estado estén limitados en el tiempo para que los ciudadanos conozcamos nuestra historia reciente.
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