Heracles aparece victorioso sobre el descomunal
Toro de Creta, una bestia que exhala lenguas de odio y fuego. El pueblo jalea al héroe a una prudente distancia.
Heracles levanta el puño y reclama la gloria de su séptimo trabajo. Ha sido duro, tiene el cuerpo magullado, quemado, le duelen músculos desconocidos. Euristeo le recibe con frialdad y ordena liberar al animal, que causará estragos por el mundo.
Entrega a Heracles el pergamino con su octava prueba. Debe robar las yeguas de Diomedes. El héroe le mira, colérico.
No puede creer que otra vez sea un contrato por obra y servicio.
Son las tres de la tarde. Sigue sin llover en Pozuelo y la temperatura exterior es de 10 grados. Lo dice mi smartphone.
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