Familias sólo las hay de dos clases: buenas y malas.
Luego, entre las buenas –que son las normales y la mayoría- yo he conocido de todo: familias que rezan unidas, familias monoparentales, famiilas tradicionales, familias nudistas, familias de derechas, familias comunistas, familias nobles, familias humildes, familias ateas, interraciales, intelectuales, con hijos adoptados, familias que usan condón, familias de viudas, familias con dos padres y dos madres, estrictas, de carrera, deportistas, de penalti, arrejuntadas…
Si recuerdo, desde niño, en mi cole había una profesora que crió como suyo a un niño que dejaron a su cuidado como puericultora hasta que fue mayor de edad, varias de mis mejores amigas fueron madres antes de los dieciocho: algunas de ellas se casaron con el padre de sus hijos y otras no. Tengo familiares y hermanos arrejuntados, casados por la iglesia, por lo civil, separados y divorciados. Tengo sobrinos naturales, adoptados o hijos de las parejas anteriores de mi familiar directo. Conozco familias compuestas por parejas de española e inglés, de inglesa y español, de guineano y española, de español y español, de neozelandés y americana; sin hijos o con hijos adoptados, inseminados, chinos, nepalíes, negros. Incluso conozco parejas heterosexuales que tuvieron hijos y en las que ahora alguno de sus miembros convive o se ha casado con alguien de su mismo sexo. He vivido en la casa de una familia de tradición gitana. Siempre, siempre, siempre, independientemente de la composición más o menos completa –comparativamente- o heterogénea de cada célula familiar, lo importante en ellas es que fueran buenas. Y lo eran, porque aún me precio de contar con su amistad.
Ninguna de estas familias –ni la de la madre soltera, ni la de la niña mulata, ni la del padre policía y su actual marido, ni la de quienes planificaron los niños, ni la que reza y acepta todos los hijos que manda dios ni la que es nudista- eran excluyentes con el resto. He conocido, por el contrario, familias malas: con maltrato, con engaño, con desamor o despaego, con indiferencia, con intereses, con egoísmos. Estas familias eran malas intrínsecamente de que fueran –o no- monoparentales, interraciales, homosexuales o con hijos adoptivos. Pero es que lo curioso es que, además, no lo eran. Generalmente las familias malas que he conocido eran de las que personalmente se englobaban en la categoría de normal, tradicional o familia de toda la vida.
Familia es amor, complicidad, compromiso. En mi casa original éramos papá, mamá y cuatro hijos varones. En la mia, ésta que hemos compuesto Pary y yo, estamos nosotros dos y la niña. Estrictamente, porque nuestro concepto de familia es amplio y abarca muchas más personas de alrededor – consanguíneas o no- a las que queremos y defendemos. Por eso, creo que arrogarse en plan exclusivista una etiqueta para realizar un congreso mundial de la familia – y dar seminarios, conferencias y plannings de lo que es y lo que no es- me parece , cuando menos, una osadía.