Mujeres en la redacción, por Gabriel Merino

Nunca me he considerado machista. Ni de pequeño. Hoy, cuando empiezo a escribir esto, me pregunto si no tendrá cierto tinte sexista hablar de las mujeres que he conocido en mi trabajo cuando me he dedicado al periodismo, porque el sexo, seguramente, no es un criterio de valoración. Lo cierto es que he tenido mucha suerte, en general, con la mayor parte de las compañeras o jefas mujeres con las que me he cruzado en el camino, tanto a nivel profesional como de trato.

De pequeño tuve grandes amigas en el colegio. Cuando empecé a dar recitales, una de mis primeras compañeras en eso de la poesía fue Lara, que luego ha dirigido una de las emisoras musicales más características del país, incluso siendo pública. Con ella hice mis primeros programas de radio en una emisora libre cuando aun éramos ambos menores de edad. Cuando llegué como becario a la primera cadena en la que trabajé, en el equipo de redactores de aquel primer programa matinal en el que trabajé había mujeres, hoy respetadas, premiadas y reconocidas como Maria José o Almudena. Hice muchos boletines y tuve cierta complicidad que aún mantengo en la distancia con ambas: una ha dirigido programas de radio de nombre reconocido en la historia periodística reciente y la otra ha sido reportera y corresponsal de trayectoria impecable. Allí conocí otras compañeras como Isabel, Maria Jesús, Paloma y jefas de programa –de reconocidísimo prestigio- o sección como las dos Ángeles o la mujer –al final diré su nombre- a la que dedico hoy este recuerdo.

Cuando salí de allí pasé a otra empresa radiofónica de la que entresaco los nombres de Rocío –esa profesionalidad y esa alegría- o María –esa voz-, Keka, Marisa o Ana, hoy la decana de presentadoras de los informativos en el país. Una muy reputada periodista vecina, Maria Teresa, confió lo suficiente en mi forma de trabajar como para recomendarme que me presentara a la selección de redactores para el primer programa de televisión en el que trabajé, cuando aún había una sola televisión en el país. En aquel programa conocí a compañeras –era el único redactor varón- como Nieves -mi jefa de redacción-, Irma, Terelu, Chari… Haberlas conocido, y seguir saludando a alguna de ellas de tarde en tarde me hace apreciar que, por más que el tiempo les haya impreso popularmente una etiqueta a veces despectiva como “mujeres de programas”, la mayor parte de ellas exudaban –aún lo hacen- profesionalidad, arranque, alegría e ideas.

He pasado por más empresas y recuerdo los nombres de Maribel, de Begoña, de Marta, de Sandra, de Letizia –sí, con zeta-, de Inmaculada, de Naya, de Pilar, Eva, Concha… Empresas privadas, gabinetes públicos, radio, tele, internet. De la mayor parte de ellas guardo muy buen recuerdo profesional, de apoyo e incluso de amistad que se mantiene, aunque algunas de ellas estén presentando esta misma semana sus telediarios. Con el tiempo, cuando salí de esto he conocido a través de redes, de cartas al director o de presentar curriculos –cuando aún creía que podria seguir viviendo del periodismo- a mujeres como Malena, Mariola o Maruja. Hay viejas conocidas, como Berna, por las que sigo guardando un gran respeto y admiración profesional, o amigas casi de la infancia, como Elvira, que hoy firman libros y tienen sus leídas columnas, con las que siempre resulta cómplice echar unas risas. Todo esto contado, sin desdoro de los caballeros y amigos varones –que naturalmente los hay, a los que quiero, y que saben quiénes son- que he conocido en toda esa misma trayectoria.

No creo en dios y creo que al morir sólo sigues viviendo en quien te quiere, te admira, te respeta o te recuerda. Por eso quiero dedicar hoy mis respetos y mi recuerdo y, especialmente, a dedicar un buen viaje a una mujer que siempre me inspiró profesionalidad, alegría, buen rollo, ganas de trabajar y admiración. Ojalá hubiera muchas como ella.

A donde te haya tocado ir esta vez, que tengas muy buen viaje, Concha.

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