Dijo ayer Alfonso Alonso, uno de los rostros máspresentables de este voraz PP que quiere cargarse en tres meses el resultado deaños de conquistas sociales, que ninguna manifestación va a crear puestos detrabajo ni va a acabar con la reforma laboral. Quizá en lo primero, el señorAlonso tenga razón, pero quizá al ex alcalde de Vitoria le convendría recordarque, con manifestaciones, no sólo se ha forzado el cambio de leyes, sino quehan caído imperios, se han derribado dictaduras, se han echado abajo muros y que, una detrás de otra, lasmanifestaciones y las protestas consiguieron transformar la sociedad hacia estoque ahora queremos y que su partido quiere quitarnos.
Hace bien el PP en ocultar a Rajoy, el político español quemás y más descaradamente ha mentido, no ya en los últimos años de democracia,sino en las últimas décadas. El hoy presidente del Gobierno asustó alelectorado con todos los males -yo diría, incluso, que con menos- que ahora,él, está dejando caer sobre nosotros. Y quién nos dice que no va a ir máslejos. Quién nos puede asegurar ahora que no van a retirar los subsidios a losparados, sospechosos todos de estafar al Estado. Quién nos va a garantizar queno van a recortar las pensiones a los jubilados. Quién nos asegura que no van adejar de subvencionar los medicamentos para los enfermos crónicos.
De nada vale ya los que digan o hayan dejado de decir,porque su palabra no vale hoy nada. Con esta reforma laboral no sé para quépagamos sueldo, coches y asistentes a dos o tres ministros del Gobierno. Másvaliera que Trabajo y Economía se gestionasen directamente desde las sedes delas patronales.
Sin embargo, lo peor de todo no es la nefasta reducción drásticade las indemnizaciones por despido o la potestad depositada en las empresas parareducir salarios y alterando horarios unilateralmente, Lo peor es que se hurtaa los trabajadores el derecho a recurrir a los tribunales ante un despidoinjusto.
Está claro que los españoles no fueron conscientes el 20-Nde que se estaban poniendo la soga al cuello. Sólo faltaba el valor para saltarde la banqueta o que alguien, el Gobierno, le empujase y eso ya ha ocurrido.
Quizá con manifestaciones no se creen los tan necesariospuestos de trabajo, per gobiernos como éste tampoco parecen querer hacerlo, másbien al contrario. Lo que sí tengo claro es que la batalla está en la calle yque se puede ganar.
De momento, España no está, como Grecia o Portugal, intervenida por el FMI o Europa. Está peor, porque está intervenida por una patronal decimonónica y sus palmeros del Gobierno.