Capitán, capitán, que 'El Barco' zozobra, por @tv_acida

 
Quién me mandaría a mí. Si en diciembre de 2010 me hubiesen dicho que iba a terminar siguiendo un serial en el que dos de sus máximos protagonistas fuesen Mario Casas y Blanca Suárez, en fin, me habría reído en la cara del fantoche de turno. Pero, ay, desgracia de desgracias, calamidad de calamidades, resulta que sale un proyecto televisivo llamado El Barco que trata sobre una hecatombe morrocotuda, el fin del mundo como lo conocemos y la supervivencia de unos pocos elegidos en circunstancias extremas. Horror, ya me han pillado. Una de mis debilidades, ya hablemos de cine, televisión o literatura, son las narraciones de tremendos armagedones que ponen a la raza humana –a la que quede tras la debacle, se entiende– a vivir al límite, luchando día a día por no caer ante las tentaciones de quitarse de en medio, esforzándose por recuperar una normalidad que ya nunca volverá a ser normal.

 

En dónde estábamos. ¡Ah, sí, El Barco! Madre mía, por qué no ha huido a tiempo, se preguntará aquel lector que me quiera bien –o que por lo menos no anhele que me claven astillas bajo las uñas–. En fin, un navío que surca los mares y océanos en busca de tierra, de espacios firmes tras una gran subida de las mareas, una inundación a gran escala o lo que el televidente prefiera. Si a eso le sumamos monstruosos bichos submarinos que se escapan de fosas abisales, plagas más misteriosas que un programa de Iker Jiménez, neblinas que pareciesen robadas del mítico filme de 1980 firmado por John Carpenter –no, aquí no hay piratas fantasma que degüellen a la destetada Giselle Calderón o a ese portento de la sobreactuación pavisosa que es Juanjo “Javi” Artero; lástima, ¿verdad?–, un complot en la sombra pergeñado por una “peligrosísima” organización –miedito, miedito– que ni la dirigida por el Dr. Evil de Austin Powers, la cosa promete, ¿no? Pues no, no promete lo más mínimo.

 
 

Obviando las interpretaciones planas o excesivamente idas del elenco –en el que sólo se salva el Burbuja de Iván Massagué y su muy logrado rollo a lo Rain Man; seguido de cerca por un Luis Callejo al que le falta algo más de mala baba para imprimir bemoles a su De la Cuadra–, El Barco jamás servirá cual artefacto de ciencia ficción por dos sencillas razones que hacen zozobrar a tan repintada goleta: el culebrón-amorío-softcore para párvulos y el que podríamos llamar efecto Oliver y Benji. El primero hace que cada capítulo sea una consecución de “me quiere, no me quiere”, “enseño el culo, el pezón o la tableta de chocolate”, “oh, Señor, qué carga tengo siendo adolescente salido”, “¿es momento para tener un bebé? ¿Sí, no, utilizo el comodín de la llamada?” y demás etcéteras almibarados. Su repetición lastra las tramas y, cuando por fin pretende salir a la palestra la sci-fi, queda gris y sin ritmo, ya sea por estar planteada deprisa y mal, o por una errónea resolución o por unos efectos especiales de serie B para videoclub en horas bajas –por mucho ordenador que se utilice–. Y en cuanto a Oliver y Benji, ¿recuerdas aquellos partidos de fútbol cuya primera mitad podía durar de seis a diez capítulos? Pues El Barco no se queda atrás, alargando hasta el paroxismo la anécdota y subtrama más primate. Por no hablar de bellacadas de la talla de ese intento de seudo musical dentro del bergantín. ¡Venga, que llega el fin de la raza humana, vamos a ver si nos marcamos una representación de Grease para quitarnos las penas! ¡Toma geroma, Capitán Iglo!

 

Estaba más que claro que con esta serie pretendían marcarse un Perdidos a lo cañí, y les ha salido rana. Bueno, tal vez a ellos no, pues la chavalada sin amor por la ciencia ficción sigue religiosamente las correrías de este plantel de melodramáticos aventureros; a los que nos ha tocado besar a un batracio ha sido a todos los que disfrutamos con The Omega Man, Cien Mañanas, El Día Después o Ultimátum A La Tierra –la de Robert Wise, por supuesto–. Y ciertamente Lost decepcionó con su capítulo final, pero cualquier de sus entregas anteriores tenía mayor peso, valor y talento, tanto detrás como frente a la cámara, que todas las dos temporadas de El Barco –y, visto lo visto de la tercera, la cosa no parece ir a mejor–. Lo dicho, quién me mandaría a mí.

 

por Sergio Guillén

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