AFILIADO POR ALMERÍA, por Javier Astasio

Si se concediese un premio al parlamentario español más marrullero, más malencarado, más faltón y menos empático, el galardón sería sin duda para Rafael Hernando, diputado y portavoz del PP en el Congreso de los diputados, afiliado por Almería. Pocos como él cabalgan sobre la demagogia, el insulto y, sobre todo, el desprecio a quienes no considera "los suyos" como él.
Hijo de un alcalde franquista de Guadalajara, quizá adquirió sus ademanes de perdonavidas de sus coqueteos juveniles con Fuerza Nueva, que abandonó, como tantos otros ultraderechistas para seguir al ministro de "la calle es mía", Manuel Fraga, hasta desembarcar, como el mismo Fraga, en el PP. De ahí sus fobias a todo lo que "huela" a izquierda y sus "bromitas" despreciables para con quienes sólo pretenden recuperar de las fosas comunes y las cunetas la memoria y los restos de sus seres queridos asesinados durante la guerra civil y la posguerra. Un desprecio que alcanzó su cénit en aquel "algunos sólo se acuerdan de las víctimas para buscar subvenciones".
Sin embargo, no es sólo la ideología la que le lleva al enfrentamiento y la ofensa. Se nota que a este pijo de provincias no le gustan los pobres y que considera la pobreza no como desgracia sino como merecido castigo a quienes la padecen. De ahí aquellas maneras con las que responsabilizaba a los padres de los niños privados de las ayudas para el comedor escolar de la alimentación de sus hijos, a sabiendas de que, para muchos de ellos, esa comida servida en el colegio era la única equilibrada que recibían a lo largo del día.
Debió aprenderlo en el ICADE, donde estudió Derecho o con sus amigos de buenas familias como la suya, la violenta y elitista élite de Guadalajara. Y bien que lo aprendió, porque esos ademanes, ese gusto por la bronca le sirvieron, una vez elegido para el Congreso, para hacer carrera, primero desde el gallinero del hemiciclo, desde donde se hacía notar con sus gritos y sus broncas hasta, que Rajoy, consciente de la que se le venía encima, le eligió para sustituir al más que torpe Carlos Floriano. Y a fe que está cumpliendo con su papel, porque, en su papel, es capaz del mayor de los cinismos, junto a los desplantes, los insultos no siempre disimulados y, sobre todo, la mayor de las demagogias, hasta el punto de que, viéndole y escuchándole, uno no se sorprendería de que, como su admirado Manuel Fraga, cualquier día se quite la americana para ir a comerse a los que tiene enfrente.
Uno de esos desplantes, el más sonado de los últimos tiempos fue el que "regaló" a los periodistas en el Congreso cuando, tras ser preguntado por la ya evidente financiación ilegal de su partido zanjó la conversación diciendo que nada sabía, porque "él es afiliado por Almería". De modo, que verle ayer en Almería, en la capilla ardiente del niño Gabriel Cruz era inevitable. Lo que Rafael Hernando podía habernos ahorrado era el bochorno de haber ido allí a hacer campaña a favor de la prisión permanente revisable, en medio del dolor y la rabia por el asesinato de un niño, algo tan execrable como lo sería vender papeletas para un viaje de fin de curso en el funeral de la abuela.
Ese es Rafael Hernando, al que yo me niego a aplicarle el cariñoso "Rafa", un personaje de pasado nada claro, que su partido ha convertido en perro de presa ciego y sordo para lo que quiere, afiliado por Almería.

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